Divertidas cicatrices
Tenía diez años cuando fui por primera vez a La Pintada, (Pueblo del Suroeste Antioqueño). El paseo fue con mi papá y con la familia de su mejor amiga, hoy su esposa. Era la primera vez que conocía a muchos de ellos.
Después de un día lleno de actividades, los niños decidimos jugar “escondidijo” en la noche. La más pequeñita, Marianita, era la encargada de contar y descubrirnos a todos. Emocionados por la oscuridad, cada uno ubicó su escondite. Juancho y yo decidimos ir detrás de una de las cabañas. Después de unos minutos él decidió ir a “liberarse” y tomó el camino de la izquierda hacia donde estaba Marianita; yo por otro lado vi el camino frente a mí mucho más fácil para no ser descubierta. Salí corriendo, agachada para no ser descubierta, mi objetivo era liberarme.
En medio de la carrera, en mi camino me encontré de frente con un alambre de púas poco visible por la oscuridad, lo que impidió cumplir con mi objetivo. En el instante no sentí ningún tipo de dolor, solo traté de desprenderme de él y verificar que mi cara estuviera bien. Inmediatamente me dirigí a la casa dónde estaban los adultos.
Al llegar, mi papá estaba pálido y no pronunció palabra al verme, o eso es lo que recuerdo. Debió ser por la forma en que Juancho, quien vio lo que me había pasado, avisó a todos: “Daniela se mató”.
Me lavaron las heridas y la única de gravedad era una cortada profunda que tenía en mi rodilla izquierda. Dieciocho años después aún tengo la cicatriz.
El accidente no impidió seguir disfrutando de los días restantes, las historias de Don Héctor y sus trucos de magia, los juegos de cartas, la piscina, mucho helado para el calor y el “escondidijo” hicieron de esos días los más divertidos de esas vacaciones.
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